Me gustan las ciudades que hacen patente la huella de su cultura. En el color añejo de sus calles centenarias, en sus viejas librerías, sus museos, su música o sus teatros; en los pequeños cafés que invitan a sentarse y conversar, disfrutando de la serenidad con que te acogen sus gentes y su geografía, y que solo puede alimentarse de una profunda sabiduría. Y también, por qué no, en las placas o las estatuas que rinden homenaje a algunos de sus ilustres literatos. Por ejemplo, a Antonio Ribeiro Chiado, Luís de Cam ões o a Fernando Pessoa, siempre esperando que algún turista se siente a su lado para hacerse una foto. A veces, si tienes un poco de suerte y paciencia, puedes encontrar a Pessoa sin nadie a su lado.